Cuarenta y dos en el semestre. Veintritrés durante los últimos tres meses.
Junio lidera las cifras escritas por la desatención estatal y el machismo social: once mujeres muertas, algunas sometidas a vejaciones y torturas por el feminicida. La más joven, Cesarina Encarnación, 14 años; la mayor, Ramona Ortiz, 63 años. Extremos de una estadística que desmiente la perversa opinión de que el "chapeo" de las víctimas explica el desenlace y justifica al feminicida.
Abril trajo un caso mediático, el de Chantal Jiménez Vargas, revictimizada en bucle en el vertedero de las redes. Días prolongados más allá del sepelio durante los cuales los feminicidas por procuración se solazaron en opinar sobre su vida con tal saña que parecían querer vengar con sus denuestos el suicidio del feminicida.
Botón de muestra de una cultura patriarcal, marcadamente misógina, frente a la cual las autoridades, particularmente las educativas, prefieren hacerse los suecos. Sobre las otras veintidós, silencio.
Las hubo jóvenes y bellas según el canon, con el que cumplía Chantal Jiménez Vargas. Pero eran anónimas y sus muertes no daban pasto al morbo, ni siquiera en los casos en que el feminicida se empeñó en darles una muerte atroz. Fuente: #DiarioLibre
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