La primera dama Rosario Murillo hizo el anuncio el lunes por la noche por Radio Ya y otras radioemisoras que Borge Martínez acababa de fallecer. Murillo también es vocera del gobierno.
Murillo no informó sobre la causa de la muerte, pero Borge Martínez estaba hospitalizado desde hace varias semanas, por padecer de neumonía y otros males, informaron los militares.
Borge era un fogoso orador, con una personalidad combativa y gran admirador de los gobiernos comunistas de Cuba y Corea del Norte. Su papel fue clave tanto en el derrocamiento de Anastasio Somoza Debayle como en el establecimiento de una junta y a continuación de la elección del gobierno Sandinista.
Fue el centro de los ataques de los rebeldes conocidos como ``contras'' por el gobierno de Ronald Reagan.
Nacido en el seno de una familia pobre el 13 de agosto de 1930 en Matagalpa, al norte de la capital, Borges abandonó la universidad antes de recibirse y se dedicó a la lucha contra la odiada dinastía de los Somoza, que gobernó Nicaragua casi como propiedad suya desde 1937 hasta su derrocamiento por los sandinistas en julio de 1979.
Borges, que había sido encarcelado dos veces por la dinastía brutal de los Somoza, fue acusado de violaciones de los derechos humanos como el poderoso ministro del Interior del gobierno sandinista de 1979-1990.
Desde un edificio de seis pisos que llevaba en su fachada la consigna de ``Centinela de la felicidad del pueblo'', controlaba la policía, la agencia de migración, el servicio penitenciario e incluso los bomberos, y usaba sus poderes casi irrestrictos para perseguir a los enemigos de los sandinistas en la prensa, la Iglesia católica y la empresa privada.
``Para una buena parte de los representantes de la Revolución Nicaragüense, Tomás Borge buscó encarnar la corriente libre y el carácter original del movimiento.
Pronunció los mejores discursos, tuvo los gestos más grandes y disfrutó del contraste entre su personalidad legendaria y el Ortega introvertido y carente de gracia.
Grandioso e impredecible, Borge podía ser severo por un lado y extremadamente generoso por otra. Era un buen amigo de sus amigos. Después de 1990, tengo la sensación de que él renunció a sus ilusiones revolucionarias.
Su lealtad a Ortega fue pragmática y buscó salvaguardar su supervivencia política y económica. Ortega le dio la dimensión de símbolo revolucionario e hizo que se convirtiera en una sombra de sí mismo.
Terminó como una figura tragicómica. Quienes conocimos su mejor lado lo recordaremos siempre''. (cita de la escritora y ex militante sandinista Gioconda Belli a la
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